martes, 16 de junio de 2009

Anecdotas


Casco y corbata


Luego de la batalla de Kaserine en África, el II Cuerpo de Ejército de EEUU estaba muy desmoralizado a causa de los graves golpes que había sufrido a manos de las fuerzas de Rommel. Eisenhower resolvió, para reparar esto, la designación del general Patton como nuevo comandante. La decisión no podría haber sido más acertada. Con una personalidad avasalladora, un caracter firme y decisido y algo excéntrico, era justo lo necesario. El general Bradley comenta en sus Memorias como Patton llegó a su puesto de comando, entre sirenas y la marcha de decenas de vehículos: "en el coche que marchaba a la cabeza, Patton viajaba de pie, como el conductor de una cuádriga. Miraba ceñudamente hacia el viento y su mandíbula presionaba contra el barbijo de malla de un casco con dos estrellas. Dos estrellas de plata, de tamaño excesivo sobre una chapa roja, señalaban su auto de comando." El ego de Patton era otra de sus características. Pronto encontró el elemento que necesitaba para elevar la moral de su tropa. Durante varios meses de combate, los soldados estadounidenses se habían acostumbrado, como el recluta inglés, a un uniforme desaliñeado. No usaban el casco, sino solamente la gorra de lana que debían llevar debajo. Patton entonces obligó el uso de casco, polainas y corbata en todo momento. Las multas por no hacerlo eran de 25 dólares para soldados y de 50 para oficiales. El reinado del "escupa y saque brillo" que instauró el general Patton logró justamente su objetivo: soldados más disciplinados, orgullosos y seguros de sí mismos.

El regalo de Eva


Eva Braun la eterna amante en la sombra de Hitler, consciente del profundo dolor que causo en el dictador, la rendición de Palaus trato de mitigarlo mediante un regalo, personal; un marcapáginas de oro de 18 quilates adornado en su parte superior por una efigie del Führer, sobre la que destaca un águila imperial sujetando la esvástica, bajo esta rezaba la siguiente leyenda: "Adolf mío, estate tranquilo, pues lo de Paulus, ese indigno suceso, fue sólo un inconveniente que no puede quebrar tu certeza en la victoria. Mi amor hacia ti será eterno. Como lo será nuestro Reich". El regalo, como pueden imaginar no hizó que Hitler se sintiera mejor pero no deja de ser curioso que Eva se exforzara por hacerle olvidar sus problemas.

Bomba Atomica

Un dato curioso de este episodio de la bomba atómica que probablemente la mayoría de los foristas sepan, pero en fín, a alguien le aportará algo: Leí este verano en el periódico, cuando se cumplieron 59 años de los lanzamientos que había salido por fin a la luz el diario de Robert Lewis, que junto a Paul Tibbets pilotó el Enola Gay en la famosa misión de agosto del 45. Quebrantó la norma de alto secreto de la misión de la bomba atómica al escribir el diario, pero no fue amonestado por ello. Todos creíamos, que, tras la explosión de la primera bomba atómica sobre Hiroshima Robert Lewis exclamó "¡Dios mío, qué hemos hecho!" ¡Qué palabras más políticamente correctas! La salida a la luz del diario revela que en realidad sus palabras fueron "¡Guau, menudo "pepinazo"!" Unas palabras obviamente políticamente incorrectas. De camino de regreso a la base, Tibbets leyó el diario y le pidió a Lewis que lo cambiara por algo más "inteligente y reflexivo" Por ciero, que Lewis nunca se arrepintió de lanzar la bomba. De hecho concedió numerosas entrevistas, remuneradas, por supuesto, en las que argumentaba que así se salvaron muchas vidas de norteamericanos al permitir la rendición de Japón sin una invasión anfibia de las islas principales. Todo sea por la verdad en la estricta realidad histórica.

El dedo de Stalin


Durante las conversaciones de armisticio entre la Unión Soviética y Finlandia, la señalación de la nueva línea fronteriza planteó muchas discusiones y vivas polémicas entre ambas partes. A este propósito se cuenta aún en Finlandia una anécdota: durante las conversaciones, a las que asistía Stalin, el diálogo recayó sobre la suerte de la ciudad finesa de Enso, que los soviéticos querían incorporar a la URSS y que los representantes finlandeses no querían conceder. Al final el mariscal Stalin hizo traer un mapa y colocó el dedo índice sobre la ciudad discutida y luego, sin levantar el dedo, dio a entender que acogía la propuesta de los finlandeses, los cuales, satisfechos del modesto éxito, llegaron a un acuerdo definitivo sobre las nuevas fronteras. En seguida actuaron los oficiales cartógrafos para trazar la nueva línea, pero cuando el delineante encargado de marcar la raya roja de la frontera llegó al dedo de Stalin, no tuvo el valor de apartarlo, y giró alrededor con el lápiz, de modo que la ciudad discutida acabó incorporada a la Unión Soviética. No sabemos si esta anécdota es auténtica, pero lo cierto es que, desde entonces, en la zona de Enso la línea de frontera hace una extraña curva muy parecida a la punta de un dedo, y que la ciudad finesa de Enso se convirtió en la ciudad soviética de Svetogorosk

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